Francisco J. Díaz Quintana
A lo largo de la historia, la realidad de los jóvenes ha sido una temática muy frecuentada para emitir todo tipo de sentencias y frases que, con mayor o menor fortuna, han alcanzado el grado de “célebres”. El llamado “conflicto intergeneracional”, hecho que se sucede cíclicamente desde los orígenes de la civilización, pone sobre el tapete el escenario ideal para que los adultos describan a los jóvenes desde la posición de privilegio que otorga la supuesta etapa estable de la vida. En muchos casos, desde la más interesada de las amnesias, ya que, si bien el joven no puede hablar desde la experiencia del adulto, el adulto con demasiada frecuencia parece haber olvidado que un día fue joven.
Observando algunas de estas frases, destaco tres que me parecen especialmente perversas, porque destilan un posicionamiento ante los adolescentes que puede llegar a ser un obstáculo para su desarrollo:
La adolescencia es un nuevo nacimiento, ya que con ella nacen rasgos humanos más completos y más altos. (G. Stanley Hall)
La nieve y la adolescencia son los únicos problemas que desaparecen si lo ignoras el tiempo suficiente. (Earl Wilson)
Los problemas de la adolescencia se van de un momento a otro. Es como un resfriado muy largo. (Dawn Ruelas)
En definitiva, si tomamos estas frases y extraemos el mensaje de fondo, éste podría ser algo así como: “padres, si tenéis adolescentes en casa y os dan muchos quebraderos de cabeza, no os preocupéis, puesto que esta etapa tan molesta y desagradable pasa pronto, solo tienes que esperar, y si sabes esperar y no metes la pata, ya verás cómo te sale un adulto muy bueno y muy guapo”.
¿Etapa de transición…?
La calificación de esta etapa como una etapa de “transición”, además de dudosa en términos científicos, es muy injusta con los propios jóvenes. Y esto lo decimos porque, desde este planteamiento puramente transicional de la adolescencia, ésta parece considerarse como una especie de “vestido” temporal de la persona en desarrollo, una “muda” que debe ocuparse durante un tiempo para desprenderse más tarde de ella, desatendiendo la inconfundible identidad de adolescente, o negando la misma. En cierto modo, entender la adolescencia como un simple paso de un estado (la niñez) a otro (la adultez) condena al adolescente a no ser reconocido como auténtica persona, con sus valores y potenciales únicos.
Con esto no se pretende negar que la adolescencia sea una etapa del ciclo vital llena de transformaciones; pero parece necesario desligarla en su concepto de otros procesos metamórficos con los que en alguna ocasión se pone en comparación y, realmente, tiene poco que ver.
«¡Ojalá fuera tan sencillo!»
Pongamos el caso de un gusano de seda. El gusano, en forma de larva, una vez alcanzada la madurez necesaria, se envuelve en un capullo de seda y se transforma en crisálida. Y un buen día, cuando se han producido todas las transformaciones necesarias, rompe el capullo y sale una mariposa. Como de un truco de magia se tratase, el gusano se mete en la chistera del mago y sale, en lugar de un conejo, una mariposa.
Flaco favor haría a nuestros adolescentes que sus padres o la sociedad considerara sus procesos transformacionales de igual manera. Porque los que han atravesado ese camino, como padres, saben bien que no funciona igual; el niño no se envuelve en la adolescencia, suerte de crisálida amorfa y extraña, y con solo esperar lo suficiente un buen día aparecerá una bella persona adulta con alas para volar. “¡Ojalá fuera tan sencillo!”, exclamarán muchos padres de adolescentes.
Comprender el proceso transformador de un adolescente en su totalidad es tarea ardua. Muchas son las variables a considerar, y exceden del objetivo de este espacio. Pero con detenernos en algunas de ellas nos servirá para tener más claro que sentarse a esperar que la mariposa salga volando no es la mejor de las estrategias parentales en la adolescencia.
Cambios, y más cambios
En principio, las únicas transformaciones que parecen funcionar de manera automática son las corporales. Es muy importante recordar que los cambios no solo son fisonómicos, sino que los procesos de cambio internos zarandean los equilibrios bioquímicos de un organismo que tiene entre manos el importante reto de lograr y consolidar la capacidad reproductiva.
Pero si bien el cuerpo puede ir cambiando por su cuenta, sin que nadie lo provoque o lo controle, no ocurrirá lo mismo con la aceptación del mismo. Aceptar el propio cuerpo, con las novedades que van presentándose de forma a veces vertiginosa, no es tarea sencilla ni automática. Podríamos incluso hablar de un doble proceso de aceptación: por una parte, aceptar los nuevos rasgos emergentes tal como vayan definiéndose; por otra parte, aceptar en sí mismo el proceso de cambiar, el hecho de que incluso las partes de mi cuerpo, estables como han sido durante toda mi vida, son susceptibles de transformaciones a veces bastante radicales… Este doble reto es lo suficientemente importante como para tratarse con ligereza con los chicos.
Otro reto incuestionable es la integración en el grupo de iguales. Cuando el grupo de prioridad pasa de ser la familia a los amigos, a la clase, al grupo… No solo cambian unas personas por otras; cambian las estrategias y habilidades necesarias para lograr el éxito. La adaptación al grupo familiar durante la etapa infantil no suele requerir, al menos en las familias no patológicas, de un esfuerzo activo o una toma de decisiones por parte del niño, sino que éstas corresponden a los adultos responsables.
En la adolescencia, el joven no sólo se enfrenta a un nuevo terreno social por explorar, sino a la necesidad de tomar decisiones propias, equivocarse, adquirir técnicas específicas, aprender lenguajes nuevos, encajar los fracasos y superar las dificultades.
Por último, pero no por ello menos importante, está el reto de la emancipación. La absoluta dependencia con la que nacemos rápidamente deja paso a una etapa infantil en la que se realizan importantes progresos en la autonomía, pero dentro del marco de la dependencia de los adultos que toman las decisiones, gestionan los recursos y guían de manera directiva por el camino de la vida. Los adolescentes, con la inestimable ayuda del “motor” recién arrancado del egocentrismo de esta etapa, se enfrentan al nada fácil camino de la independencia, en un mundo que no ofrece precisamente facilidades para ello.
No, superar estos retos no es cuestión de tiempo. No se trata de cerrar los ojos, contener la respiración y… ¡voilá!, aparece un adulto sano y feliz. Nuestro maravilloso gusano de seda, aunque parezca encerrado en una crisálida, no lo está en ningún momento. Sus cambios son visibles y sus retos muy claros, si sabemos abrir los ojos a su realidad, desde su punto de vista, y no desde el nuestro. Todo se realiza en vivo y en directo, y no tiene por qué terminar en flamante mariposa. El éxito, entendiéndolo como la construcción de un adulto saludable y adaptado, no está escrito en ninguna parte, y depende de innumerables factores ajenos a la voluntad del chico o a la predestinación genética. Velar por el correcto desarrollo de este complejo proceso es la nueva (y a veces misteriosa) tarea de los padres… pero de esto hablaremos en otro momento.
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